Radar Político

La política internacional regresa al siglo 19.

Por Jorge Schmidt Nieto, Ph.D.

El siglo 21 se parece cada día más al siglo 19. La estabilidad entre grandes potencias ha llegado a su fin. Estados Unidos no domina el mundo como lo hizo en la segunda mitad del siglo 20. Las pocas y grandes alianzas entre muchas potencias van cediendo campo ante numerosas coaliciones, pequeñas y de menos países. La reunión del G7 acabó en desastre cuando su mayor integrante rehusó auspiciar la declaración conjunta. El Presidente Trump además insistió en reinstalar en el grupo a Rusia, expulsada desde su anexión de Crimea en el 2014. Trump llegó tarde y se marchó temprano, no sin antes insultar al anfitrión, el Primer Ministro canadiense Trudeau.

Sin embargo, Trump tiene razón en que las relaciones comerciales con sus socios son desiguales. Lo que no entiende es que ése es el precio que paga un país que estabiliza al mundo a base de imponer su hegemonía económica y política. Eso lo supieron todos los presidentes estadounidenses desde 1945. Ahora, en el 2018, Estados Unidos no puede ni quiere mantener esa preponderancia. La consecuencia es una creciente inestabilidad producida por esa redistribución del poder internacional.

El primer síntoma se manifiesta en el comercio. El Brexit hirió profundamente al libre comercio europeo, que enfrenta además las amenazas de países como Italia de abandonar el Euro. Por su parte, Estados Unidos ha desatado una guerra comercial por los aumentos en aranceles a las importaciones de Europa, China, Canadá y México. La Unión Europea y China ya han respondido con incrementos tributarios a las importaciones estadounidenses. Eso, sumado a la reducción del suministro de petróleo generado por el abandono a los acuerdos con Irán, puede aumentar los costos del comercio mundial y reducir la oferta de productos. Agresiones comerciales similares produjeron la Gran Depresión de 1930.

El segundo síntoma se aprecia en el ámbito militar. El mundo enfrenta una carrera armamentista. El ejército chino se fortalece a diario y flexiona sus músculos sobre el Mar de China, en el que moviliza su flota marítima y donde se propone imponer su control. La Rusia de Putin, por su lado,  resurgió como potencia y rejuveneció su sentido nacionalista, incluso anexando territorio, como Crimea e involucrándose en conflictos internacionales, como Siria. Ese comportamiento no se veía desde los tiempos de la Unión Soviética. Los Estados Unidos de Trump, por su parte, respetan  poco a sus aliados y actúan sin consultarlos. La reunión entre Trump y Kim Jong-un se decidió en secreto y se pactó para un mes antes de la cumbre de presidentes de la OTAN que se celebrará en Bruselas en julio. Dado que las tensiones fundamentales con Corea del Norte son militares y que afectan los intereses vitales de varios de sus miembros, negociar acuerdos sin considerarlos demuestra indiferencia hacia sus socios. Eso, a su vez, puede provocar acciones unilaterales por parte de otros países, en la medida que perciban tener poder suficiente para hacerlo.

Vivimos tiempos de cambios acelerados en el orden internacional. Los cambios producen inestabilidad y generan conflictos. Queda de parte del liderato mundial reconocer las señales y actuar para reducir las tensiones que se producirán inevitablemente.

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