La cuantía de voces que desprecian la universidad pública en Puerto Rico no surge espontáneamente, sino que componen un discurso de desprestigio hacia la educación universitaria del estado. Se nutre de la politización de la universidad, que genera rechazo de muchos sectores de la población. El gobierno, la administración y la comunidad universitaria la han politizado, pero el poder de imponer su voluntad no está distribuido equitativamente. Los estudiantes cierran portones, pero la administración decide el costo del crédito. Las facultades aprueban resoluciones, pero la administración determina las nuevas plazas. Los empleados negocian convenios colectivos, pero la administración distribuye el presupuesto.
Lamentablemente el PNP no le tiene afecto a la UPR. Le rebajan el presupuesto siempre que asumen el poder. Varios de sus legisladores se expresan despectivamente de la facultad universitaria y emiten juicios malsanos sobre su desempeño profesional sin elementos de juicio ni conocimiento del tema. Políticos de alto rango no ocultan su favoritismo por universidades privadas por encima de la pública. La politización alcanza a algunas universidades privadas, una para cada partido de mayoría.
El rechazo a la educación universitaria pública no es único en Puerto Rico. El Partido Republicano en Estados Unidos tiene un historial de reducirle fondos a las universidades estatales, desde que Ronald Reagan, gobernador de California, le recortó en 1967 el presupuesto a la universidad del estado por considerarla infestada de hippies y radicales. Los gobernadores republicanos les han impuesto disminuciones presupuestarias muy superiores y más frecuentes a las universidades estatales que los demócratas.
Perciben a la universidad como un centro de desarrollo de profesionales para el mercado laboral y descartan su faceta de imaginar realidades alternas, que la obliga a ser crítica. Una universidad dócil que funcione únicamente como una herramienta de política pública para la creación de empleos podría parecer práctica y funcional, pero carecería de imaginación para inventar una sociedad mejor. Wisconsin enfrentó ese conflicto en 2015 cuando el gobernador Scott Walker intentó infructuosamente reemplazar los objetivos filosóficos de la universidad estatal por los de la satisfacción de la demanda de la fuerza laboral.
El ataque contra las universidades públicas también surge desde la izquierda cuando está en el gobierno. Hugo Chávez le cercenó el presupuesto a la universidad pública y fundó un sistema paralelo, leal a su proyecto. Maduro lo empeoró. Es que la universidad es crítica de la autoridad, sea de derecha o de izquierda, porque su naturaleza es cuestionar, especialmente los estudiantes, quienes protagonizan protestas en todo el mundo y bajo cualquier régimen. La acusan en Colombia de ser cuna de guerrilleros, en Puerto Rico de ser semillero de independentistas, en Venezuela de servirle al imperialismo yanqui y en Estados Unidos de ser nido de Demócratas. Lo hacen porque en las universidades se discuten y promueven ideas controversiales, como la diversidad, la perspectiva de género, la libertad y las críticas al sistema político.
Once de las veinte mejores universidades del mundo son públicas. Los países con los mayores niveles educativos del mundo las atesoran. Puerto Rico debería imitarlos.