Habrá una tercera guerra mundial, pero nadie sabe cuándo. La historia demuestra que los países poderosos acaban peleándose entre sí, tarde o temprano. La invasión de Rusia a Ucrania coloca al mundo en el lugar más cercano a ese fatídico momento desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962.
La crisis de Ucrania tiene sus antecedentes en el colapso del comunismo en Europa Oriental y la disolución de la Unión Soviética. En aquel momento, mientras Estados Unidos y sus aliados celebraban su triunfo en la guerra fría, los rusos vivían tiempos de humillación y pobreza. Pasaron de un sistema en el que su gobierno les proveía todo, desde vivienda, educación, comida, salud y trabajo, aunque de manera precaria, a tener que comprarlo todo. La inflación y el desempleo llevaron a la miseria a muchas personas, tanto en Rusia como en las catorce nuevas repúblicas. Por otro lado, la Unión Soviética perdió dos millones de millas cuadradas de territorio, equivalente a México, España y Argentina combinados. Uno de esos territorios fue Ucrania. El gobierno ruso aceptó sin objeciones las fronteras acordadas en el Tratado de Belavezha de 1991. El proceso se enmarcó en la promesa de que ninguno de los antiguos integrantes del bloque soviético se integraría a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Le mintieron, porque ya se han integrado catorce países de Europa Oriental.
Sin embargo, en el siglo veintiuno, la economía rusa creció nuevamente y comenzó a recuperar su lugar como gran potencia mundial. Vladimir Putin ha representado para el pueblo ruso y para las elites económicas, la recuperación de esa autoestima perdida. Ucrania, por su parte, experimentó varias crisis económicas que llevaron a su gobierno a aplicar medidas severas de austeridad desde 2010, que polarizaron el debate entre la política pro-Rusia y la política pro-Unión Europea. Ucrania firmó un acuerdo con la Unión Europea en el 2014, donde se comprometían a su eventual incorporación a la organización. Tres años mas tarde, el parlamento ucraniano aprobó una ley que establecía su objetivo de pertenecer a la OTAN. Rusia, por su parte, invadió parte del territorio ucraniano en 2014, luego de un referéndum amañado en el que la población exigió la anexión a Rusia. En ese momento se desató una guerra de independencia de dos regiones orientales ucranianas, fronterizas con Rusia y cuyos grupos armados cuentan con el respaldo ruso.
Las sanciones económicas no evitarán que Rusia ocupe Ucrania. El presidente Joe Biden aclaró que su objetivo era a largo plazo y que no provocarían grandes cambios de inmediato. La potencial escalada del conflicto dependerá de los países vecinos de Ucrania, particularmente Polonia y Hungría, que pertenecen a la OTAN. EU no comenzará una guerra contra Rusia, pero alguno de sus aliados sí podría hacerlo y obligarlo a intervenir. Por lo tanto, Biden deberá mantener una comunicación efectiva con sus socios europeos, para evitar alguna imprudencia que provoque una espiral de violencia incontrolable. Europa vivirá nuevamente una era de amenaza permanente a su seguridad colectiva.